lunes, 13 de abril de 2015

Ciudad de Tristes Corazones.





Llevo varios años viviendo, conociendo, deambulando, pensando, trasportándome, amando y sufriendo esta ciudad, que no es mía y que quizá nunca lo sea a pesar que prácticamente la conozco como las palmas de mis manos.

Bogotá es el caos. No menos caótica, desde luego, que otras metrópolis sudamericanas o tercermundistas. Bogotá es un micro mundo, un cybercosmos que cuenta con más habitantes  que toda Bulgaria o Paraguay, en apenas 1775,98 km² (Sumapaz incluido, of course).  Ciudadanos apretujados en Transmilenio, ciudadanos que se emborrachan en cuadra picha, la 93, la Zona Rosa o Chapinero, ciudadanos que luchan contra el ruido en Engativá, ciudadanos que te miran despectivamente en el Chicó si te acercas más de lo debido.

Ciudad que es sus equipos y sus barras bravas. Ciudad de huecos y parques, de cerros olvidados y de carreras mediamaratonianas para mostrar y mostrarse. Ciudad de taxistas. Ciudad de pelanga, de vitamina Ch de chunchullo y chorizo. Ciudad de niños yendo a las escuelas en la mañana, ciudad de lloviznas, ciudad de todos y de nadie.

Ciudad de locos corazones.

Ciudad al norte y ciudad al sur. Ciudad por encima de todo, ciudad con habitantes de todos lados, con embajadas de las regiones y del mundo. Ciudad de contrastes, donde en esta cuadra hay un caro restaurante y dos más allá un gueto urbano. Ciudad vista desde el trancón, el proverbial atasco de transito que es la excusa perfecta para llegar tarde , para dormir un poco más, para nunca quedar mal. Ciudad donde la vida es muy corta para vivir en Suba o en Soacha, Ciudad con riqueza y pobreza, ciudad saqueada por la izquierda y deseada por el revanchismo de la derecha. Ciudad donde convivo con, digamos, ocho millones de historias, deseos y locuras.

Ciudad donde en cada esquina hay arte y donde muchos se creen artistas.

Esta es la ciudad donde soy el extranjero, esta es la ciudad que recorro, que pervivo, que respiro, que he visto desde un piso 20 y a flor de calle, dentro de la Ele y sentado bebiendo un caro Whiskey en un apartamento del norte, contando monedas para tomar el bus y ordenando un caro menú.

Esta es la ciudad de la que seré su cronista, un anónimo cronista que solo dirá la verdad.

Su verdad.



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