Llevo varios años viviendo,
conociendo, deambulando, pensando, trasportándome, amando y sufriendo esta
ciudad, que no es mía y que quizá nunca lo sea a pesar que prácticamente la
conozco como las palmas de mis manos.
Bogotá es el caos. No menos
caótica, desde luego, que otras metrópolis sudamericanas o tercermundistas. Bogotá
es un micro mundo, un cybercosmos que cuenta con más habitantes que toda Bulgaria o Paraguay, en apenas 1775,98
km² (Sumapaz incluido, of course).
Ciudadanos apretujados en Transmilenio, ciudadanos que se emborrachan en
cuadra picha, la 93, la Zona Rosa o Chapinero, ciudadanos que luchan contra el
ruido en Engativá, ciudadanos que te miran despectivamente en el Chicó si te
acercas más de lo debido.
Ciudad que es sus equipos y sus
barras bravas. Ciudad de huecos y parques, de cerros olvidados y de carreras
mediamaratonianas para mostrar y mostrarse. Ciudad de taxistas. Ciudad de
pelanga, de vitamina Ch de chunchullo y chorizo. Ciudad de niños yendo a las
escuelas en la mañana, ciudad de lloviznas, ciudad de todos y de nadie.
Ciudad de locos corazones.
Ciudad al norte y ciudad al sur.
Ciudad por encima de todo, ciudad con habitantes de todos lados, con embajadas
de las regiones y del mundo. Ciudad de contrastes, donde en esta cuadra hay un
caro restaurante y dos más allá un gueto urbano. Ciudad vista desde el trancón,
el proverbial atasco de transito que es la excusa perfecta para llegar tarde ,
para dormir un poco más, para nunca quedar mal. Ciudad donde la vida es muy
corta para vivir en Suba o en Soacha, Ciudad con riqueza y pobreza, ciudad
saqueada por la izquierda y deseada por el revanchismo de la derecha. Ciudad
donde convivo con, digamos, ocho millones de historias, deseos y locuras.
Ciudad donde en cada esquina hay
arte y donde muchos se creen artistas.
Esta es la ciudad donde soy el
extranjero, esta es la ciudad que recorro, que pervivo, que respiro, que he
visto desde un piso 20 y a flor de calle, dentro de la Ele y sentado bebiendo
un caro Whiskey en un apartamento del norte, contando monedas para tomar el bus
y ordenando un caro menú.
Esta es la ciudad de la que seré
su cronista, un anónimo cronista que solo dirá la verdad.
Su verdad.
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